Un día como
cualquiera
Todas
las mañanas,
bajo
un cielo violeta
que
amenaza lluvia,
quiebra
el hielo de los charcos
con
los gastados tacones,
de
sus viejos ,pero dignos zapatos.
Llueve…
y abre su raído paraguas
de
flores lilas,
tan
pasado de moda
como
el grueso abrigo negro
que
pesado cuelga de sus hombros.
Espera,
paciente
en una esquina,
un
atiborrado autobús,
en
el que cada mañana
debe
ir de pie,
mientras
los más fuertes,
apoltronados
en sus asientos,
desvían
la mirada
para
que les resbale la culpa.
Escarba
con dignidad
en
un gastado monedero.
el
pago justo para su viaje.
El
mismo,
que
ha hecho puntual
por
casi cuarenta años.
Nunca
tuvo tiempo para ella,
la
juventud se le fue
entre
cuidar a su madre
y
encauzar vidas ajenas,
Siempre
fue pobre,
porque
la palabra “ambición”,
no
encaja en los ideales
del
camino que escogió.
Media
hora…
Se acomoda suavemente
su
encanecido cabello,
y
se sacude
de
las penas que la embargan.
Quiebran
el silencio
bronces
de campana ,
que
le suenan a música,
la
misma melodía estrepitosa,
de
hace cuarenta años,
que
espanta los gorriones,
pero
que atrae pasajeras golondrinas…
¡Buenos
días niños!
¡Buenos
días señorita!
Saludo
que jamás le sonó
a
solterona.
Y
sonríe…
Y
se ilumina…
Y
es feliz…
Mientras,
en la periferia de la ciudad,
una
madre tranquilamente,
hace
su labor del día.
Tranquilamente,
porque
otra,
otra
mujer como ella
ha
tomado su lugar.
Dejando
su vida en ello
sin
pedir más paga
que
la sonrisa y la caricia prestada
de
un niño ajeno.
Olor
a leña en la clase…
Olor
a leña en la casa…
Olor
a nostalgia en Temuco…
Andrea Sierpe
No hay comentarios:
Publicar un comentario