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sábado, 16 de abril de 2011

Tus palabras

Hubo un tiempo, fuera de nuestra cronología,
en el que tú y yo coincidimos, quizás hace 500 años,
con otros nombres, con otras vidas,
en el que nos vimos sin mirarnos,
en el que tú eras mi Quevedo femenina y yo tu Góngora,
en el que Cervantes nos descubrió y a ti te puso Aldonza
de nombre y a mí Alonso Quijano, "Quijote" de alias,
para que luchase por Dulcinea, tú, sabiendo que tras mis múltiples derrotas siempre estarías ahí para curarme y tenderme tu mano.

Hace 200 creí reconocerte y comencé a mirarte,
supe que eras tú por tus ojos, por tu porte, por tus modales,
estabas preciosa, fuiste la primera mujer que escribió poesía,
la única que las recitaba en palacios y arrabales,
y yo era parte de tu público escuchándote embelesado,
siempre al fondo, en silencio, mientras tú, suavemente,
con tus palabras me matabas, siempre temiendo que volvieras
a desaparecer y nunca jamás te encontrara.

Ayer te vi de nuevo, vi tus ojos y escuché tus palabras,
supe de tu nueva vida, de tus anhelos y esperanzas,
y quise tocarte mientras te miraba, pero no eras libre
y yo, impotente, no pude hacer nada, sólo marcharme,
soñando con otra nueva vida, con ser inmortal
y esperar una vez más, ansioso, tu llegada.

Dentro de 100 años o más, te volveré a encontrar,
te los doy para que tengas tiempo de soltar amarras,
te seguiré donde quiera que vayas, y lo haré por tus huellas,
las huellas que vayan dejando tus ojos y tus palabras;
y todo lo que antes quisimos y nunca pudimos hacer, lo haremos,
pescar y pasear por las playas, escribir poesía en lugar de enseñarla, amar hasta envenenarnos tumbados sobre la arena blanca, mirarnos a los ojos, mirarte,
mientras tú, suavemente, me matas con tus palabras.


Gonzalo  Otamendi

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