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jueves, 30 de agosto de 2012





Hasta que cambies

Hasta que cambies…me dices…
y me clavas tus agujas de silencio,
que ya no pueden dar más dolor
porque ya nada soy, ya nada tengo.
Se ha anidado el invierno en mí,
soy crudo amasijo, áspera roca,
sangre y espina… rosa muerta…
abierta mi herida…presa del hielo.
Hasta que cambies…me dices…
y ya no puedo mudar
lo que no existe,
soy despojo, soy deshecho.
No soy ya aquella mujer
que ansiosa se colgaba de tu cuello,
la que te arropaba de noche
y te despertaba a besos.
La que se hundía enamorada
en la tibieza de tu pecho.
Soy la sombra de la sombra
que deambula con ojos muertos.
Que no quiere mirar al cielo
porque le recuerdan, a diario,
la alegría de otros tiempos.
Hasta que cambies…me dices…
Y en la noche …solitaria…
me transformo en ovillo trémulo,
y espero …vanamente espero,
que pase veloz el tiempo.
Mientras en  casa,
retumba grave y parsimonioso
un indolente reloj que no avanza.
Y frente a un estrecho balcón
desde donde se descuelgan
mil añicos de  sueños rotos,
atisba…  desde lejos…
una tímida y solitaria golondrina
quizá la única que se apiada
de la sal de mis lágrimas
vertidas por un amor que no supe amar,
por un amor
que se perdió a lo lejos.


La gotas de lluvia
como afilados dardos
no limpian de mi alma
tu recuerdo.

Andrea  Sierpe

Andrea  Sierpe

miércoles, 29 de agosto de 2012


Un día como cualquiera

 

Todas las mañanas,

bajo un cielo violeta

que amenaza lluvia,

quiebra el hielo de los charcos

con los gastados tacones,

de sus viejos ,pero dignos zapatos.

Llueve…

y  abre su raído paraguas

de flores lilas,

tan pasado de moda

como el grueso abrigo negro

que pesado cuelga de sus hombros.

Espera,

paciente en una esquina,

un atiborrado autobús,

en el que cada mañana

debe ir de pie,

mientras los más fuertes,

apoltronados en sus asientos,

desvían la mirada

para que les resbale la culpa.

Escarba con dignidad

en un gastado monedero.

el pago justo para su viaje.

El mismo,

que ha hecho puntual

por casi cuarenta años.

Nunca tuvo tiempo para ella,

la juventud se le fue

entre cuidar a su madre

y encauzar  vidas ajenas,

Siempre fue pobre,

porque la palabra “ambición”,

no encaja en los ideales

del camino que escogió.

Media hora…

Se  acomoda suavemente

su encanecido  cabello,

y se sacude

de las penas que la embargan.

Quiebran el silencio

bronces de campana ,

que le suenan a música,

la misma melodía estrepitosa,

de hace cuarenta años,

que espanta los gorriones,

pero que atrae  pasajeras golondrinas…

¡Buenos días niños!

¡Buenos días señorita!

Saludo que jamás le sonó

a solterona.

Y sonríe…

Y se ilumina…

Y es feliz…

Mientras, en la periferia de la ciudad,

una madre tranquilamente,

hace su labor del día.

Tranquilamente,

porque otra,

otra mujer como ella

ha tomado su lugar.

Dejando su vida en ello

sin pedir más paga

que la sonrisa y la caricia prestada

de un niño ajeno.

Olor a leña en la clase…

Olor a leña en la casa…

Olor a nostalgia en Temuco…

 

 

Andrea  Sierpe

Mi  hijo

 

Me miras de soslayo,

sonriendo…

Con ojos mimosos de cervatillo

entre  temeroso y tierno.

Acaricias mis cabellos

y juegas,

enredándolos  entre tus frágiles dedos.

Te refugias

como hace pocos años

muy pegado a mi pecho.

Hijo…no temas…

Y disimulo mi voz quebrada

con un beso.

Hoy estás conmigo

sabes lo mucho que te quiero,

donde esté tu madre

estará tu casa, mi cielo…

Afuera …lluvia inclemente,

vientos fríos,

que todo lo arrasan.

Adentro…tengo mi sol…

está a mi lado en la cama.

La sonrisa de mi hijo

llena de luz mi morada.

Mi hijo…

tiene la sabiduría ingenua

de los que la maldad no atrapa.

Ha sufrido antes de tiempo

y llorado de noche

en su pequeña almohada.

Su pequeño corazón

de amores rotos

no entiende causas.

Ha sufrido antes de tiempo

mala herencia de quienes ama.

No se rebela…no recrimina…

no toma partido ni distancia.

Mi hijo…

solo se remienda el alma.

Hijo mío, si yo pudiera…

Y él sólo calla…

Hijo… los adultos somos complejos…

y me corta el aliento

con sus palabras:

“Te quiero mamá…no pasa nada”

 

Andrea  Sierpe

Una vieja historia


Una  vieja  historia

 

Siempre me creíste frágil,

como las transparentes alas

de una libélula de triste charco.

Para así arrancarlas fácil

y que yo, al querer volar,

mordiera el polvo

que horadan tus pies

de macho embriagado,

con el mosto del egoísmo y la ira.

 

Siempre me creíste fácil,

cómo fáciles caen en las calles

las hojas mustias

en el apogeo del otoño,

que apresuran tus pasos,

huyendo de la lluvia

que lava las conciencias.

 

Me tenías presa,

en un entramado de promesas,

de que volverías a amarme,

que todo sería como antes,

que mudarías

tu agrio verbo diario,

en lisonjas de primavera.

 

“Tiempo al tiempo”,

me decías.

Mientras mi vida gris

jamás escapaba de tu otoño.

Y mis sienes,

se tornaban de plata esperando…,

siempre esperando por ti.

 

Y heme aquí…,ahora.

Ajada, con las manos curtidas,

apretando hasta herirme

un puñado de rosas marchitas.

Y atesorando un viejo pañuelo

que tiene grabado, desde hace años,

tu nombre.

 

Contiene monedas de ínfimo valor,

con la secreta esperanza

de que no te sean suficientes

para pagar al oscuro barquero.

Para que Caronte, el temido,

no te lleve ni por piedad

a la otra orilla.

 

Es mi pago para ti,

por todos mis años oscuros.

Que no puedas cruzar,

como tú jamás cruzaste el umbral del otoño,

ni me quisiste devolver

tu prometido amor… mi sonrisa…mi primavera.

 

 

Andrea  Sierpe

Silencio que  hiere…

 

Camino en puntillas…

para que no se diluya en este cuarto

tu sombra ausente.

 

Contengo el aliento…

para que no se disipe tu aroma

que se oculta en cada esquina.

 

Cierro los ojos…

para que tu silueta

no escape de mi memoria.

 

Huyo del tiempo, que crucifica mi alma,

mientras tú ríes…

y te bañas  en tu luz.

 

Aquí, en nuestro invierno,

se  han muerto los sueños,

sólo quedan puñales.

 

Ahora…en la oscuridad

no puedo cerrar mis párpados,

inflamados de dolor.

 

 Y aquí estoy…

agazapada en mi niebla,

descalza y herida.

 

Mirando con ojos muertos,

lo que pudo ser,

lo que pude hacer.

 

Mientras, en las calles grises,

las gentes pisan sin reparo

los mustios despojos

de mi corazón.

 

Amor que dejaste, insensible,

a merced de lobos hambrientos,

que destrozan las almas

en soledad.

 

 

Andrea  Sierpe