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miércoles, 29 de agosto de 2012


Un día como cualquiera

 

Todas las mañanas,

bajo un cielo violeta

que amenaza lluvia,

quiebra el hielo de los charcos

con los gastados tacones,

de sus viejos ,pero dignos zapatos.

Llueve…

y  abre su raído paraguas

de flores lilas,

tan pasado de moda

como el grueso abrigo negro

que pesado cuelga de sus hombros.

Espera,

paciente en una esquina,

un atiborrado autobús,

en el que cada mañana

debe ir de pie,

mientras los más fuertes,

apoltronados en sus asientos,

desvían la mirada

para que les resbale la culpa.

Escarba con dignidad

en un gastado monedero.

el pago justo para su viaje.

El mismo,

que ha hecho puntual

por casi cuarenta años.

Nunca tuvo tiempo para ella,

la juventud se le fue

entre cuidar a su madre

y encauzar  vidas ajenas,

Siempre fue pobre,

porque la palabra “ambición”,

no encaja en los ideales

del camino que escogió.

Media hora…

Se  acomoda suavemente

su encanecido  cabello,

y se sacude

de las penas que la embargan.

Quiebran el silencio

bronces de campana ,

que le suenan a música,

la misma melodía estrepitosa,

de hace cuarenta años,

que espanta los gorriones,

pero que atrae  pasajeras golondrinas…

¡Buenos días niños!

¡Buenos días señorita!

Saludo que jamás le sonó

a solterona.

Y sonríe…

Y se ilumina…

Y es feliz…

Mientras, en la periferia de la ciudad,

una madre tranquilamente,

hace su labor del día.

Tranquilamente,

porque otra,

otra mujer como ella

ha tomado su lugar.

Dejando su vida en ello

sin pedir más paga

que la sonrisa y la caricia prestada

de un niño ajeno.

Olor a leña en la clase…

Olor a leña en la casa…

Olor a nostalgia en Temuco…

 

 

Andrea  Sierpe

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