Una vieja
historia
Siempre
me creíste frágil,
como
las transparentes alas
de
una libélula de triste charco.
Para
así arrancarlas fácil
y
que yo, al querer volar,
mordiera
el polvo
que
horadan tus pies
de
macho embriagado,
con
el mosto del egoísmo y la ira.
Siempre
me creíste fácil,
cómo
fáciles caen en las calles
las
hojas mustias
en
el apogeo del otoño,
que
apresuran tus pasos,
huyendo
de la lluvia
que
lava las conciencias.
Me
tenías presa,
en
un entramado de promesas,
de
que volverías a amarme,
que
todo sería como antes,
que
mudarías
tu
agrio verbo diario,
en
lisonjas de primavera.
“Tiempo
al tiempo”,
me
decías.
Mientras
mi vida gris
jamás
escapaba de tu otoño.
Y
mis sienes,
se
tornaban de plata esperando…,
siempre
esperando por ti.
Y
heme aquí…,ahora.
Ajada,
con las manos curtidas,
apretando
hasta herirme
un
puñado de rosas marchitas.
Y
atesorando un viejo pañuelo
que
tiene grabado, desde hace años,
tu
nombre.
Contiene
monedas de ínfimo valor,
con
la secreta esperanza
de
que no te sean suficientes
para
pagar al oscuro barquero.
Para
que Caronte, el temido,
no
te lleve ni por piedad
a
la otra orilla.
Es
mi pago para ti,
por
todos mis años oscuros.
Que
no puedas cruzar,
como
tú jamás cruzaste el umbral del otoño,
ni
me quisiste devolver
tu
prometido amor… mi sonrisa…mi primavera.
Andrea Sierpe
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