Me reconozco en ti
En tus brumas y en tu silencio,
en tus palabras escritas y en tus noches de desvelo,
en el aroma agridulce de tus lágrimas
que me llegan esparcidas por el viento.
Me reconozco en ti.
En tus crepúsculos y en tu desasosiego,
preguntándote una y mil veces
por qué te hirió el amor, por qué te hieren tanto
personas a las que tú no conoces, ni tratas
ni sabes ni tienes puntos de encuentro.
Sí, me reconozco en ti.
En tus horizontes límpidos, en tus playas salvajes,
en tus cielos azules, en tus ríos claros, en tus verdes valles,
en tu libertad, en tu soledad y en tus sueños.
Y también te reconozco en tus oscuras noches llorando sin consuelo,
sabiendo que tu cuerpo es la sombra de un engaño,
viendo pasar las horas sin labios que te estén besando,
ni manos dejando huellas en tu cuerpo,
ni aliento que te estremezca
esperando, enredada,
un día nuevo.
Y en tus ojos fríos como el acero
hay una búsqueda que no cesa,
la de encontrar un oasis para tu desierto.
Me reconozco en ti.
En tus brumas y en tu silencio,
en tus palabras escritas y en tus noches de desvelo,
en el aroma agridulce de tus lágrimas
que me llegan esparcidas por el viento.
Me reconozco en ti.
En tus crepúsculos y en tu desasosiego,
preguntándote una y mil veces
por qué te hirió el amor, por qué te hieren tanto
personas a las que tú no conoces, ni tratas
ni sabes ni tienes puntos de encuentro.
Sí, me reconozco en ti.
En tus horizontes límpidos, en tus playas salvajes,
en tus cielos azules, en tus ríos claros, en tus verdes valles,
en tu libertad, en tu soledad y en tus sueños.
Y también te reconozco en tus oscuras noches llorando sin consuelo,
sabiendo que tu cuerpo es la sombra de un engaño,
viendo pasar las horas sin labios que te estén besando,
ni manos dejando huellas en tu cuerpo,
ni aliento que te estremezca
esperando, enredada,
un día nuevo.
Y en tus ojos fríos como el acero
hay una búsqueda que no cesa,
la de encontrar un oasis para tu desierto.
Me reconozco en ti.
Gonzalo Otamendi
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